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Enzo Latas era un monje regordete que sin importar lo afortunado o desafortunado de sus circunstancias siempre tenía una sonrisa eterna en los labios. Motivo que le había costado su lugar en el viejo monasterio de la Roca en la capital del Imperio; en realidad fue su afición a la alquimia y a la hidromiel. Tal combinación lo hicieron convertirse en un excelente cocinero y destilador de bebidas espirituosas imposibles.
No es un monje piadoso dedicado a la vida monacal.

El ascenso a la montaña de Fuego para buscar la raíz de Viada fue casi mortal, su estado de trance o embriaguez eterna fue lo único que lo llevó a esa cumbre escarpada.
Mientras recuperaba el aliento observó lo que parecía la misma entrada al averno… un tremendo hoyo en la muralla este de la montaña del que salía un sonido como de mil hogueras encendidas, olor a fragua y un ruido… salió polvo, llamaradas de fuego y una criatura del tamaño de una torre…

Enzo Latas sin pesarlo se santiguó y recitó un fragmento en latín para exorcismos que memorizó de uno de los manuscritos que devoraba a la luz de las velas mientras cuidaba de la biblioteca del monasterio.

La voz de la monumental creatura retumbo en su mente: –¡No soy eso, pequeño humano! ¡Y mucho menos el Dios al que le rezas! –acercó su increíble rostro al desgarbado y medio recostado cuerpo del monje y lo olfateó –. ¡No hueles igual a los otros!
Casi sobresaltado Enzo preguntó: –¿A qué huelen?

Akadosh de nuevo retumbo en su mente sin abrir la boca: –Huelen a miedo, mi pequeño amigo.

Así empezó el vínculo más cercano que Enzo Latas jamás pudo experimentar con nadie. Las aventuras que vivieron juntos fueron legendarias hasta la partida de Akadosh, el Gran Dragón de las Estrellas como Enzo Latas le decía.

–Enzo, sabes que me gusta viajar. –con su enorme garra haciendo un circulo apuntó a la noche estrellada. Continuó diciendo en la mente de Enzo: –Al padre al que te encomiendas cada noche es más de lo que te dijeron y crees que es… ¡Mucho más! Estoy por regresar a ese origen, sin embargo, esta vez no me puedes acompañar. Tu tarea y aprendizaje aquí aún no termina, mi querido hermano menor.
Ambos lloraron y rieron juntos por ultima vez.

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