
Abrió los ojos sin mucho afán, un día más en la lóbrega ciudad “Sin Fuego” tal como le encantaba vociferar cada vez que tenía la oportunidad.
En ese frío amanecer entre la bruma, el húmedo rocío y el follaje ocre del viejo roble que le había servido de morada esa noche; vislumbró a la lejanía humo y fuego intenso en un punto donde ella y todos sabían que no había nada ni nadie desde hacia incontables primaveras.


Paulatinamente su mirada se encendió como esos destellos incandescentes que perdían fulgor con el ascenso del astro rey mientras se decía: –¡Las llamas intensas se pueden convertir en cualquier cosa… incluso en comida de Troll; suave y jugosa! –se estremeció al pensarlo –¡O en una centellante y mortífera hoja afilada, sólida como un roble y flexible como un carrizo en manos del maestro Kastúr! –se quedó inmóvil ahí, entre las ramas abstraída un buen rato en todo eso.
–¡Aaaarrgg! Maldita muchacha, cuántas veces tengo que decirte que no puedes dormir sobre los árboles cómo una bestial al acecho. –rugió la voz de su viejo y endurecido abuelo.

Lince solo le dedicó una mirada entre compasiva y sarcástica para decirle mientras de un salto se posicionaba frente al viejo: –Abuelo, cuántas veces tengo yo que decirte a ti: ¡Tus miedos yo nos los tengo!

