
Los estandartes de la casa Real ondeaban como llamas azules con dorado del águila rapaz bicéfala, símbolo de la familia más antigua del reino que parecía cobrar vida justo antes del amanecer en la cúspide de los torreones más altos del Castillo fortaleza.
Los estandartes de la casa Real ondeaban como llamas azules con dorado del águila rapaz bicéfala, símbolo de la familia más antigua del reino que parecía cobrar vida justo antes del amanecer en la cúspide de los torreones más altos del Castillo fortaleza.
Zul de Tarjdhen era un corpulento guerrero que sobresalía no solo por su estatura sino también por su espíritu combativo implacable y por su valor impetuoso; que pese a lo que pensara cualquiera, había sido el resultado de enfrentar ese sueño y la visión que portaba en momentos de elecciones vitales para él.


Cada vez le costaba más abrir los ojos y descubrir que solo era eso… un sueño.
Esta vez no solo fue un sueño, el fuego y el humo entremezclado con polvo hacía remolinos infinitos en todas direcciones... ese inmenso y titánico rostro era lo único que podía ver y sentir, esa mirada infinita, su respiración abrazadora como las llamas que contenía...
Por última vez lo vio, antes de escuchar y sentir bajo sus pies tres golpes a tierra estruendosos y estremecedores, que solo podían ser producidos por esa cola megalítica que poseía su observador. Después, la presencia, la fuerza del aire batido por esas alas que nada más se podían escuchar por los efectos que generaba su potente aleteo.

Zul de Tarjdhen atónito estaba en su habitación mirando a través de la minúscula ventana en el cielo infinito como iba despareciendo el compañero de su sueño, atrás solo quedó Zul bañado en sudor y con el corazón a punto de estallar.

